LA NO CALMA ESCRUTADORA DE MARIANA GABOR

Definida por ella misma como NO CALMA, la pintura de Mariana Gabor nos enfrenta a mujeres inquietantes, de mirada iniciática, dispuestas a hurgar, sin pedir permiso, los rincones de la existencia. Sus cabezas aureoladas coronan cuerpos-columnas de signo fálico, posibilidad de género que estalla con la potencia asumida de resabios totémicos.
Las composiciones se sustentan en tramas espiraladas, circulares –Cubos, Populismo- o en cruz –Palermo Holywood, Todo me dice-, y generan la sensualidad de un tiempo femenino, cósmico, que la pensadora Julia Kristeva describiera como centrado en la repetición y la eternidad, y en contrapunto con la temporalidad maciza, sin fisuras y sin fugas del occidente hegemónico. La sensación se acentúa cuando la artista superpone imágenes de diferente escala o densidad matérica y las recalca con un trazo grueso, en una suerte de halo que no es más que la cabeza del monigote infantil que habita muchos de sus cuadros. Hay otros elementos evocadores de la niñez: pelotas rayadas, burbujas, cubos multicolores de madera. Al reiterarse, junto con el recurso de la perspectiva jerárquica, propician una lectura múltiple, hipertextual.
Un cierto clima de inquietud e inconformismo es generado por la acidez de la paleta, rica en la elaboración de blancos y grises pigmentados, así como en contrapuntos de calidez y frialdad de un mismo color –Encinta-, logrados con la mezcla de pigmentos fluorescentes.
Perteneciendo a una familia de mujeres artistas, Mariana se formó en el taller de Carlos Gorriarena y completó sus estudios en la vieja Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Admiradora, entre otros, de Bacon, Basquiat y Dubuffet, es también escultora y ceramista.
En los últimos años recorrió Europa, contactándose con artistas de diversas tendencias y latitudes. Ha expuesto en Holanda, Francia, Alemania, Inglaterra y Japón. También explora permanentemente el noroeste argentino: los valles calchaquíes y la quebrada de Humahuaca, indagando en el acervo cultural de las comunidades autóctonas. De ese contacto rescata la presencia tutelar del cardón y el cromatismo vibrante de los tejidos altiplánicos. Siendo el primero protagonista de algunas de sus obras –María se siente cardón-, los segundos se le cuelan imperceptiblemente, ya que en la obra de Gabor todo está dicho con fuerza pero con sutileza.

Cecilia Casamajor